Se puede gastar una fortuna de tiempo y dinero buscando pasiones ocultas que no somos capaces de descubrir en nosotros mismos. ¿Por qué unos lo tienen tan claro y otros no? ¿Será porque las fórmulas para todo el mundo son ineficaces?
Empecemos por desenrollar la madeja. Hay personas que disfrutan mucho con su trabajo porque lo consideran una extensión de su pasión vital y otras que, sin considerar sus trabajos una condena, no disfrutan, sólo pagan facturas mientras vuelcan sus pasiones en otra parte, la práctica de una afición, por ejemplo. También hay los que ni disfrutan con su trabajo ni tampoco de su tiempo de ocio. Sólo se sienten desdichados por no saber quiénes son ni para qué valen. Pero existe una cuarta tipología bastante frecuente: los que sienten una gran inquietud por saber cuál es su sitio pero, pese a su búsqueda, no lo han encontrado.
Para despejar el camino preguntémonos si encajamos en la tipología:
A. Personas dispersas, con muchos focos de interés
B. Personas centradas en intereses concretos
C. Personas sin intereses claros
Avanzando un paso más allá cuestionémonos si existe un hilo conductor en los desempeños laborales y/o aficiones a las que nos hemos dedicado hasta el momento. Para los teóricos esta tarea resultará muy fácil, pero para los que no lo son, ni se imaginan siquiera cómo acometer una investigación en pos del supuesto hilo, la tarea en sí les resultará exasperante. El teórico indagará en su pasado buscando relación entre sus elecciones, vínculos, desempeños, personas… Se hará preguntas y vislumbrará pequeñas lucecitas que le guíen en su búsqueda. Los del otro extremo necesitan PROBAR, meterse de lleno en la búsqueda de actividades y personas que puedan clarificar su nebulosa.
Todos somos diferentes, pero al mismo tiempo, todos buscamos un lugar propio. Ese lugar propio, el elemento, del que escribe Ken Robinson, reivindicándolo como componente singular del individuo para el disfrute de una vida laboral y personal, no es un objetivo en sí sino un proceso. Es necesario evitar la desolación y el derrotismo, y probar. En la acción aparece el descarte y el descubrimiento. Así que nada mejor que dejar de lado al peor enemigo (o sea uno mismo) y elegir el camino más idóneo para cada cual: los teóricos, la reflexión y los otros, el mejor antídoto contra el conformismo: ¡la acción!
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