
George Eliot escribió: «los mejores momentos de la vida pasan deprisa y no vemos más que arena; los ángeles vienen a visitarnos, y no nos damos cuenta hasta que ya se han ido». ¿Cómo remediar esta desatención perpetua que causa tantas frustraciones en nuestras vidas?
Se me ocurren dos maneras:
Entender el funcionamiento de los momentos angélicos. Averiguar cómo nos sentimos en estos instantes de gracia, qué manifestaciones sensoriales y corporales producen y fijarlos a la memoria, de modo que cuando, por ejemplo nos sintamos sosegados, plenos, alegres, ligeros, juguetones sepamos distinguir el disparador y anclarlo a lo que está sucediendo: ajá, ese es el momento. Y nos podemos zambullir en su plenitud.
También podemos buscar esos instantes felices como quien localiza setas en el bosque. Si llueve habrá centenares de pimpantes hongos listos para la recolecta. Cuando charlamos con un amigo querido, estamos al aire libre, cerramos un trato provechoso, hacemos un favor, disfrutamos de algún placer genuino: leer, cocinar, hacer deporte, escuchar música o recibimos una llamada inesperada… nuestro nivel de satisfacción se eleva.
Para mí los dos métodos son útiles y trato de aplicarlos porque no quiero desperdiciar ni un instante en desatenciones.