Ilustración: http://pixabay.com/
Cualquier hábito consta de tres elementos que se reproducen inconscientemente una y otra vez:
1.La señal o desencadenante
2.La rutina
3.La recompensa
El primer elemento del hábito obedece a un impulso inconsciente.
El segundo elemento se refiere a la conducta que desarrollamos frente a la señal.
El tercer elemento es lo que obtenemos de ese comportamiento rutinario.
Pensemos en el hábito de posponer. Primero aparece la señal: puedes hacerlo mañana, luego la rutina: olvidar la obligación mediante la distracción o la elección de alguna acción mucho más placentera y luego la recompensa: he conseguido alargar en el tiempo o suprimir algo que me aburre y me fastidia.
El primer paso para el cambio será averiguar qué recompensa obtengo de zafarme de cuanto me produce fastidio o aburrimiento.
¿El temor a hacerlo no tan bien como desaría? ¡Señales de alarma: tropiezo con el perfeccionismo! ¿Puede ser mala gestión del tiempo? Oh, oh, aquí pita la desorganización. ¿Podría ser, en todo caso, porque creo que en el último momento lo haré y será suficiente? Me apoyo en mi confianza sobre acciones del pasado. A pesar del estrés innecesario, de una u otra manera lo he acabado resolviendo siempre.
El bucle del hábito nos advierte que el cambio no se producirá si no se altera la conducta repetitiva del mal hábito. Mal que nos pese, la señal y la recompensa son inconscientes y van a aparecer una y otra vez; o sea siempre. Poco podemos hacer por suprimirlas.
Para cambiar la rutina de este mal hábito tendré que experimentar mediante el método de prueba y error. Si es por perfeccionismo tengo un problema con mi confianza, no creo estar a la altura de mis expectativas. Si es por desorganización, necesito sacar cosas de mi vida y aligerar el peso de mis obligaciones. Y si es porque sospecho que finalmente lo resolveré, necesitaré eliminar el estrés.
En consecuencia, una vez reconocida la recompensa, sólo queda actuar en el plano de la conducta y hacer cosas diferentes. Las soluciones intentadas en el pasado sólo perpetúan las malas rutinas y nos perjudican.
En El poder del hábito, Charles Duhigg sostiene que una costumbre se compone de tres elementos: una señal, una rutina y una recompensa. Por ejemplo, para los fumadores, la señal puede ser el olor de un cigarro, una situación de estrés o una copa de vino. Todas esas son señales asociadas a una determinada rutina, que es tomar un cigarro y fumarlo, tras lo que viene la recompensa, la sensación de placer que la nicotina desencadena en el cerebro.
Si acudimos a una definición más técnica, los hábitos surgen de un fuerte deseo subconsciente de recompensa, el cual se activa con una señal (interna o externa), que nos lleva a una rutina determinada (comportamiento, pensamiento, estado emocional) que a su vez nos proporciona aquello que deseamos.
Magnífico el libro de Charles Duhigg,»El poder de los hábitos» en editorial Urano. Lo recomiendo fervientemente. De hecho, gran parte de mi reflexión viene de este libro.