La frecuencia con que las personas que llevan una doble vida utilizan la expresión «mi vida» resulta, curiosamente, elevada. Desde el punto de vista psicológico, el origen de este compromiso consciente con un «desdoblamiento de existencias» no resulta fácil de exponer con brevedad. Y cada casuística requiere su explicación. Pero, a modo general, sí se puede afirmar que responden a los juegos de la mente entre el consciente e el inconsciente.
Aun cuando las personas con doble vida son plenamente conscientes de ambas, y por tanto de las complejidades que conlleva no mezclarlas para no ser descubiertas, siempre hay una fisura: un detalle nimio, un olvido descuidado, un exceso de confianza que da al traste con todo el constructo.
En la novela negra clásica nos tropezamos con una necesidad patológica del asesino por ser descubierto. De ahí, la insistencia en volver al escenario del crimen y mezclarse con sus perseguidores. En la política, los casos de doble vida resultan hasta grotescos cuando saltan a la luz: hombre homófobo, conservador, observador de las normas de buena conducta, pillado infraganti en una de sus visitas habituales a una sauna para homosexuales; persona confiable, de fachada noble, urdiendo por detrás corruptelas y patrimonios nunca soñados; sacerdote estricto, piadoso y hombre afable para el mundo exterior, pervertido y manipulador con quien es el objeto de su deseo; amante planificadora, con grandes dotes sexuales y un plan bien urdido, que guía su comportamiento con astucia y calma, para lograr su lucro y su posición que, de otra forma no conseguiría. Hombres y mujeres no se libran de esta telaraña de doblez. Codicia económica, pulsión sexual, ansias de poder y dominación, falta de escrúpulos morales afloran en el comportamiento de estas personas, de aparentes valores ejemplares, para lograr sus propósitos.
Asimismo es bastante común encontrar sesudas justificaciones, una vez descubierto el engaño, en el peso de la infancia, la influencia del entorno, las culturas laxas, el azote de la tentación (eso tan humano) antes que en la propia responsabilidad individual El habitual «todo el mundo lo hace» sirve asimismo de coartada abreviada para aliviar la conciencia del que se sabe amoral.
En consecuencia, la persona que practica el desdoblamiento de comportamientos queda reducida a una víctima de sus circunstancias desembarazándose por completo de la responsabilidad de sus actos. Una persona que actúa así jamás puede ser libre. Es prisionera de sí misma y no conoce lo que es el respeto y el amor por sí mismo.
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