M, escritora e ilustradora, llegó de otro país con el propósito de empezar una nueva vida. Pasó momentos muy difíciles pero nunca perdió la esperanza en que algún día las cosas serían distintas, ni siquiera cuando el único capital del que disponía en la cartera era de 20 céntimos. Un buen día llegó a una céntrica librería de la ciudad y entabló una conversación con la librera, que además era editora. Las dos se cayeron bien y la editora le ofreció trabajo. La ayudó cuanto pudo y M, la empezó a llamar de broma mi ángel protector. Las cosas le empezaron a ir mejor y pasado algún tiempo, un día la editora recibió una llamada suya: le había conseguido un pedido de libros traducible en una importante recompensa económica.