
Ocurrirá algún día. Un día, sí. Ya no estarás. Ya no estaré. Ese día será muy parecido al resto de los días. Saldrá el sol, se pondrá el sol. Todo el mundo respirará como antes, salvo tú, salvo yo. En los periódicos, en las radios, en las televisiones, en internet, habrá noticias. Como cualquier otro día. Como esos días calcados en los que tú estabas, en los que yo estaba. Y qué curioso, nada habrá cambiado y todo habrá cambiado. Solo porque ya no estás, porque ya no estoy. Piénsalo. Cuando el otro abra los ojos y piense que el mundo es diferente, solo porque tú te has ido, porque yo me he ido, la ilusión perdurará en su cerebro como un encantamiento, quizás minutos, tal vez horas, puede ser que días e incluso meses y exagerándolo todo, años. Sí, pero, moja el pie en el agua y comprobarás que la piel toca el agua y hay poca diferencia en la sensación que experimentabas cuando yo estaba. También yo lo hago. Al final, la muerte no resulta ninguna sorpresa. No es el fin, ni el principio de nada, sino la continuidad de todo, a excepción de ti y de mí. Tú y yo somos meras partículas suspendidas en un polvo lumínico que nos transforma y nos dispersa en un infinito imposible de cuantificar.
Un día habrá silencio, para ti, para mí. Y será como si tú y yo nunca hubiéramos existido. Como si antes que tú y yo, el mundo fuera tan mundo que no albergara la posibilidad de habernos contenido. Esto no es cierto. No al menos, para ti, ni para mí.
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