Ilustración: Rebecca Dautremer
Date prisa es una expresión común y corriente de personas estresadas, enfocadas en la utilidad y poco disfrutadoras. Se lo sueltan (¿o debería decir soltamos?) a todos los que nos rodean: hijos, pareja, empleados, compañeros, amigos… A veces el «date prisa» está tan interiorizado que ni siquiera se verbaliza, se muestra con el gesto impaciente, hosco, desdeñoso… Aparece en toda clase de acciones: atascos, al comienzo de una película, a la hora de comer, en la cola del supermercado, frente al semáforo rojo, incluso en el transcurso de un funeral. Para los impacientes lo importante es tachar elementos de la lista de cosas que hacer. Importa más la eficiencia que la satisfacción de hacer. «Date prisa» está agazapado en una exigencia de puntualidad: «oye, tengo cosas mejores que hacer que compartir tu ritmo». Lo curioso es que esos asuntos mejores, normalmente son vaguedades. Porque si, realmente, funcionáramos por el criterio de la priorización las haríamos y permitiríamos que el otro apechugara con su ritmo.
El tiempo de las personas es uno de los misterios más difíciles de resolver ( y aunque cueste entenderlo guarda más relación con las emociones que con la acción). Funcionar en el modo «date prisa» incluye en el paquete toda una declaración de intenciones: Yo la tengo, y punto. Pero ¿qué ocurre cuando en nuestro entorno aparece un «me tomo mi tiempo para cualquier cosa»? El me tomo mi tiempo sencillamente tiene otra actitud y otras prioridades. Es tan humano y falible como cualquiera de nosotros pero vive mejor, porque no sufre de impaciencia, estrés ni quiere estar siempre en otro lado haciendo la siguiente cosa de la lista. Para cambiar el chip y disfrutar de la mentalidad «me tomo mi tiempo»pueden practicarse estos cinco trucos:
- Fijar la atención en el momento y en la propia acción, en el aquí y el ahora
- Empezar la práctica en modo experimento: ¿qué pasaría si hoy me libero de las prisas y observo cómo funciono?
- Contar hasta diez antes de soltar el consabido date prisa al prójimo (hijos, pareja, amigos, compañeros…) y morderse el labio para no decirlo ni tampoco mostrarlo
- Probar a vivir un día sin listas de ninguna clase
- Suplir la impaciencia por la observación (¿qué puedo aprender del otro que no actúa como yo?) y celebrar cada pequeña victoria consignándola por escrito