Damos por hecho tantas cosas que de vez en cuando viene bien el recordatorio de que somos mortales. Durante una reciente visita a Évora encontré una cita: «nuestros huesos que aquí están por los vuestros esperan» escrita en el frontispicio de entrada a la capilla de los Huesos, en la iglesia de San Francisco. No es un lugar agradable, para que decir lo contrario. La decoran restos de esqueletos y calaveras de los monjes fallecidos. El habitáculo, es verdad, goza de cierto esfuerzo artístico pero eso no distrae de su último mensaje: recordarnos que somos huesos andantes de camino al osario. Así que nada de tonterías. Estamos tan hechos a lo obvio, que es vivir, que ya ni nos felicitamos por tener dos ojos que ven, una boca que respira, dos oídos capaces de registrar el silencio y la música, dos piernas que renqueantes o en forma nos transportan… Así que la macabra visita surte efecto y me hace pensar en lo increíble que es vivir y ser humano. También me remite a la primera pregunta de todas las preguntas: ¿qué he venido yo a hacer a este mundo? ¿qué sentido tiene que yo exista? Cuando estoy cavilando me vienen de repente las palabras mansas de Jorge Manrique: «nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir….» Y al tiempo, como una evocación lejana, la imagen del estanque de Comares. En el espejo del agua se refleja la silueta del palacio: todo lo que está arriba se corresponde con lo que está abajo. Así debe ser la vida y también la muerte, con verdadero sentido.
Gracias por el recordatorio Celia. Un abrazo me encanta cómo lo has transmitido.
Gemma, gracias por tu comentario. Me encanta cómo nos lo cuenta Quevedo en los tres últimos versos de su célebre poema:
«Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado»
¡Qué delicadeza! ¿verdad?