Después de unas largas vacaciones vuelvo a Microcambios con ganas de seguir indagando en aquellos aspectos de la vida que nos hacen progresar y conseguir mayor bienestar. No es que me sienta vaga, es que a veces sobran las palabras.

Después de unas largas vacaciones vuelvo a Microcambios con ganas de seguir indagando en aquellos aspectos de la vida que nos hacen progresar y conseguir mayor bienestar. No es que me sienta vaga, es que a veces sobran las palabras.
Nosotros, los procrastinadores (sé que el palabro suena bastante parecido a nosotros, los drogatas, o nosotros, los borrachuzos,) tenemos en común una dificultad: no distinguimos entre razones y propósitos.
Básicamente ignoramos, en sentido estricto, lo que expresan ambos términos: «razones» y «propósitos».
Pues bien, mientras las razones atienden a los por qué, los propósitos se ocupan de los para qué. Y mientras los primeros iluminan los motivos ocultos de cada quién para actuar, los segundos proporcionan algo más valioso: combustible, esto es: compromiso y energía, un tándem indispensable para lograr un objetivo.
Si toda la vida has querido escribir un libro y no lo has hecho, averiguar por qué no lo haces, no te ayudará a lograrlo. Descubrirás, eso sí, emociones intensas ocultas en tus razones personales, eso es todo. En cambio, si las pesquisas van dirigidas a la finalidad, al para qué quieres hacerlo, para qué es importante ser escritor, para qué necesitas tener ese libro entre tus logros, entonces la situación cambia porque te das de bruces con un anhelo, un asunto tan importante que, si se posterga, dañara lo más preciado que posees.
Encontrar el propósito, como sostenía Viktor Frankl, creador de la logoterapia, consiste en encontrar la piedra angular sobre la que se apoya el edificio de tu vida. Así que si quieres escribir un libro pregúntate cuál es tu propósito al respecto, qué cambiará hacerlo o no hacerlo, qué diferencia se aprecia en tu vida de seguir como estás (sin libro escrito) o de conseguir la meta (libro escrito). Después, una vez hayas hecho tus averiguaciones sobre el propósito, añade las razones que gustes. Estas adornarán y enriquecerán el propósito pero nada más. Y quien dice libro dice cualquier asunto que estés aplazando por escudarte en razones sin investigar propósitos.
Imagen: Una historia verdadera
La falta de ganas es uno de los mayores obstáculos de la no acción. A todos nos pasa. Y a los aplazadores o procrastinadores mucho más. Pero ¿qué sucederá dentro de unos años cuando veas que no ha ocurrido nada de lo que deseabas porque la pereza (casi siempre falta de claridad de tus intenciones y/o proyectos) o tus miedos te han impedido avanzar? Piénsalo. Imagínate con veinte o treinta años más, frustrado porque cuando pudiste hacer, no quisiste o no te atreviste a explorar.
Sí, en efecto, la imagen de tu yo, con más años, no parece satisfecha con el balance. Has seguido cargando con los anhelos que, al no cumplirse, solo han añadido a tu cuenta de resultados una gran frustración. Recuerda que el tiempo es un poderoso medidor de expectativas no cumplidas, así que no pierdas la oportunidad de trasladarte al futuro. Desde allí, contémplate en el momento presente, en este espacio en que sí puedes remediar la situación. Mírate con calma, estás en el instante en que aún es posible no quedarse de brazos cruzados y hacer, aunque no tengas ganas y el miedo te aguijonee. Esta es tu oportunidad de cambiar creencias, actitudes y mentalidades. Como sugiere Susan Jeffers, a pesar del miedo, para tu vida siempre resulta más beneficioso hacer que no hacer.
Postdata: Echa mano de tu viejo frustrado cuantas veces lo necesites. Y acostúmbrate a dialogar con él/ella. ¡Es poderoso!