Enfrascada en la lectura de un libro encuentro de repente pensamientos escritos que chocan como un iceberg contra el casco de un barco en plena navegación y retienen la mirada sobre las palabras diseminadas por la hoja blanca. Como éste de la narradora de Middlemarch:
«Nosotros los mortales, hombres y mujeres, devoramos muchas desilusiones entre el desayuno y la hora de la cena; contenemos las lágrimas, palidecemos un poco, y al contestar a las preguntas decimos: «No, no me ha pasado nada!» Nos ayuda el orgullo; y el orgullo no es una cosa mala cuando nos impulsa a ocultar nuestras heridas… en lugar de a hacer daño a otros».