El ser humano vive cercado por cinco miedos:
A no triunfar
Necesitamos como agua de mayo conseguir la aprobación ajena porque implica nuestra autoestima, es decir cómo nos vemos nosotros respecto a los otros, lo que tenemos o no tenemos, lo que merecemos y no conseguimos. Deseamos progresar (llegar a ser algo) y tener autonomía para poder experimentar el sentimiento de logro. Cuando nos sentimos fracasados somos carne de cañón de la envidia, el principal asesino de la felicidad.
A ser señalado
Tememos ser apuntados con el dedo por algo que hemos hecho o, justo por lo contrario: por lo que hemos dejado de hacer. Nos aterra ser señalados por diferencias (nivel social, preferencias sexuales, creencias, aspecto físico, conocimientos etc..). Y cuando el dedo apunta en nuestra dirección con ánimo de destacar una carencia nos echamos a temblar. Aparecemos ante los demás bajo un un sesgo claramente negativo.
A ser excluido
El miedo a «tú, no» es uno de los terrores más atávicos del ser humano. Se basa en la experiencia, en las veces que nos hemos sentido apartados o marginados, en el dolor profundo de la soledad y el aislamiento, en no ser necesario ni «contar» para quien consideras importante.
A comprometerse
El miedo al compromiso está relacionado con una valoración psicológica; por todo se paga un precio y se obtiene una recompensa. Cuando estimamos que el precio puede ser demasiado alto por lo que vamos a obtener, nos sentimos paralizados. Nos asalta el miedo a equivocarnos, a elegir mal, a no poder prever las consecuencias de nuestros actos. Para evitar este miedo solemos recurrir a la indefinición.
A resultar insignificante
Este temor también hunde sus raíces en la infancia. Y está ligado a la identidad, al quién creo ser, quién cree cada uno que es él o ella. Para defendernos del sentimiento de poquedad o de insignificancia utilizamos dos armas: yo tengo o yo hago. Con ellas nos batimos el cobre en sociedad, pero siempre subyace ese miedo a que los demás se den cuenta de que en realidad soy un impostor/a, una poca cosa, un nadie.
EL MIEDO ÚTIL Y EL MIEDO INÚTIL
El miedo es una de las emociones primarias del ser humano y también el más destacado responsable (en unión a la culpa), por mal uso, de su infelicidad. Salvo cuando sirve de advertencia para una huida oportuna de algún riesgo que nos acecha o al que estamos expuestos (conscientemente o no), o como evitación de un daño físico o psicológico en nuestra integridad personal, ocasiones en que el miedo resulta de una utilidad inestimable para nuestra supervivencia, en general causa más estragos que beneficios.
Desde épocas inmemoriales nos hemos acostumbrado a mal usarlo por falta de conocimiento. Desde pequeños nuestros padres nos enseñan con palabras y acciones a que no tengamos miedo pero no nos explican por qué, tal vez porque ni ellos mismos sepan explicarlo. Pero el miedo inútil (dejemos que el útil siga con nosotros) se cura y para ello nada mejor que diagnosticarlo primero, ver con que ropaje aparece y seguir en cada caso el tratamiento más adecuado. Tal vez el miedo útil no precise una explicación ya que viene de serie en la naturaleza humana y sirve para preservarnos como especie, pero . del inútil será mejor ocuparse y conocerlo a fondo. Y si no nos lo explican preocuparnos nosotros por conocerlo íntimamente y combatirlo con sus propias armas.
*La idea de este post se la debo al psicólogo Fermín Delgado a quien estoy muy agradecida por todo lo que he aprendido de su visión de la vida y el desarrollo personal.
Reblogueó esto en Gemma Naranjo.