José Antonio Vidal Quadras
Mi profesor nunca supo que fue su aliento el que me sopló en el oído para soltarme al mundo y descubrir mis talentos literarios. Eligió uno de mis trabajos periodísticos para leerlo en voz alta a mis compañeros y produjo la emoción de ver chispas de admiración en los ojos de los demás. Seguramente fue una ilusión mía y así se ha anclado en el recuerdo.Tal vez haya que achacar ese brote de orgullo, cuasi adolescente, al regocijo de su reconocimiento público. Él nunca supo el bien que me hicieron sus notas manuscritas en mis trabajos universitarios porque yo nunca me atreví a decírselo. Veintitantos años después, un día cualquiera, hoy 27 de agosto de 2014, en que recibo la noticia de su muerte, me apena no haber sido más osada y haberme refugiado en la timidez para callar algo que le habría encantado escuchar. Así que Gracias, profesor Vidal Quadras, en usted hallé ese mentor con el que aprendes a distinguir el trigo de la grama. Ha impulsado mi vocación literaria y me ha faltado la generosidad de agradecérselo en vida. No sé por qué tantas veces llegamos tarde a los homenajes y los reconocimientos. Como si nos diera vergüenza, siendo hombres y mujeres hechos y derechos, decir a quien descubrió en nosotros la chispa luminosa cuán agradecidos estamos por ese liviano empujón de estima.
Como José Antonio Vidal Quadras, ese hombre bueno, que dedicó miles horas de su existencia a escribir notas en los trabajos de sus alumnos de redacción periodística en la Universidad de Navarra, muchos profesores anónimos que tienen nombre y apellidos en la memoria de alumnos agradecidos se merecen un sencillo: Gracias Profesor/a.
Descanse en paz, profesor.
Tú lo has dicho «un profesor» en toda la extensión de la palabra, que ya es bastante.
Un buen homenaje, por lo menos ahora te has atrevido a decirlo.
Loque, a veces uno tarda años en aprender a expresar el agradecimiento que siente.
No es excusa, aunque en mi caso así ha sido.