Apagarse es uno de los actos más sabios que conozco. Hay un momento para encenderse, para conectarse al mundo, para explorar y sacar partido de la creatividad, para estar on-line y también para estar en disposición de algo y por algo. Pero existe un momento óptimo para desenchufarse y disfrutar del silencio. Y este momento, a veces coincide con las vacaciones y a veces no. Yo propongo microapagones continuos, tanto a lo largo de la jornada como de toda la vida. No me parece nada sano eso de desenchufarse a la fuerza por prescripción facultativa como medida terapéutica. Prefiero la vida llena de interruptores que puedo encender y apagar a voluntad. Lo que propongo tiene un cierto parecido con la jubilación que tanto ansían los que no disfrutan de la vida en el presente. Las microjubilaciones, como los microapagones te permiten saborear más esta vida terrenal, que en definitiva se nos va antes de decir amén. Disfrutemos de la compañía, la tecnología, el ocio y la conexión pero disfrutemos también de la nada, del silencio, de la ausencia de timbres y de correos electrónicos que llegan desde los cinco rincones de la tierra. Un microapagón es un lujo, de verdad.