Publicado en La caja de herramientas

El plan anti-quejas 2015


microcambios

Fotografía: Hugh Laurie

Quejarse es algo que hacemos a menudo y con una enorme facilidad. A pesar de los buenos propósitos, en cuanto bajamos la guardia un segundo, ahí está la queja monda y lironda.

¿Se puede hacer algo al respecto? ¡Sí! ¿Algo fácil? ¡No! Pero todavía cuesta más abordar la cuestión si no contamos con un plan.

Mi plan en siete puntos incluye: reducir quejas, hacerse adicto al «también pasará», asumir que tal vez solo sea estupendo para ti lo que tú quieres, dejar lo perfecto para los demás y perseguir lo bueno para ti, consignar por escrito  los progresos como herramienta de medición de resultados, estar receptivo/a al cambio y contar con un plan de rescate

1.Tomar la decisión de reducir quejas es un primer paso importante. Al principio funcionará mal. Lo normal es que las quejas  se vayan acumulando como pilas de tomates, pero al haber decidido  cambiar,  y al existir un compromiso contigo mismo/a, resultará más sencillo retornar a los buenos propósitos. El humor ayudará en esta primera fase. Considerarse un Calimero en rehabilitación nos  permitirá abrirnos al cascarrabias cansino que en realidad somos.

Si eres de este mundo y has experimentado abordajes sucesivos de personas con ganas de «desahogarse»  que han tenido el detalle de regalarte una catarata de ominosas quejas  (seguramente te habría gustado  solventar los encuentros poniendo pies en polvorosa) sabes bien de lo que hablo. Pues bien, ese plomo insoportable resulta que  es un fiel retrato de tu estampa andante, así eres tú también contigo mismo y a veces con los demás. Así que antes de abrir la boca y soltarle  el mono al prójimo, recuerda que tú tienes un plan anti-queja.  Si se te escapa la queja, pues que se le va a hacer, asume que no eres perfecto/a y adelante.

2. Hazte adicto al milagroso: también esto pasará. El mundo no es un lugar lleno de gente que quiere fastidiarte únicamente a ti. Las reglas que rigen el universo regulan millones de asuntos que no incluyen tus quejas. Así que haz algo grande como ocuparte de lo que  te contraría y prepárate para disfrutar de una experiencia maravillosa. Actúa ya.

3. Asume que los demás no siempre quieren lo que tú quieres. Dalo por bueno y a lo tuyo. No te empecines en que tienes la razón sí o sí. Tal vez la tengas y tal vez no. Exponer con claridad tus opiniones para cambiar algo construye. Quejarte sin más no sirve para nada, salvo para incordiarte o incordiar a otros.

4. Lo perfecto es enemigo de lo bueno.  ¿Cuando es perfecto? La experiencia te dice que suficiente es bueno es óptimo.

5. LLeva un diario de progreso como estrategia diez. ¿Qué apuntarías sobre tu experimento?¿En qué momentos te has apuntado un tanto? ¿En qué otros te ha ganado por goleada tu Calimero?

6. La naturaleza es sabia. Heráclito nos lo advirtió hace siglos: lo único permanente es el cambio. Acostúmbrate a que la silla no esté  en el sitio en que la dejaste para sentarte con la máxima comodidad cuando la necesitaras. Habrá otros asientos, descuida. No gastes valiosas energías en recordar cómo era tu silla y lo mucho que te gustaba. Alégrate de haberla disfrutado.

7.Tener un plan es mucho mejor que improvisar o cruzarse de brazos. En caso de despiste o  metedura de pata, sabremos qué hacer para volver al camino. (Paso del 1 al 6). 

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Publicado en Vídeos Inspiradores

El curioso experimento de los caramelos


A través de un programa de televisión se decidió proponer a los padres que gastaran una broma a sus hijos diciéndoles que se habían comido sus caramelos de Halloween. Se les pidió que grabaran sus reacciones y enviaran el resultado para elaborar un montaje. Como era previsible, la mayoría de los niños (entre los 3 y los 6 años de edad) reaccionaron con lloros y expresiones de rabia. Los mayores habían cometido una injusticia tomando algo que no era suyo. Lo vivieron como un abuso; pero no todos lo encajaron así. Algunos niños se quedaron impactados por la acción de los adultos y reaccionaron con cautela, incluso conteniendo las lágrimas. Y los menos, aceptaron la situación y se limitaron a expresar sus emociones: no estaban muy contentos, desde luego, pero proponían que al menos el próximo Halloween en lugar de zampárselos todos, los compartieran con ellos.

Es un experimento y en realidad sólo sirve para pensar. ¿Quién desarrollará un mejor carácter? ¿quién vivirá menos frustrado por el peso de las injusticias? ¿quién empatizará mejor? ¿quién se derrumbará menos en la adversidad? ¿Está en los genes la reacción instintiva? ¿influirá algo la educación que haya recibido cada niño y el lenguaje familiar cotidiano?

En el futuro estos niños vivirán muchas situaciones frustrantes.¿Les servirán de algo las frases hirientes, los insultos, la negación del amor (ya no te quiero, no te voy a querer nunca más) o como alguno de ellos hace arrojar cosas contra el abusón con auténtica ira? ¿Cómo deberían protegerse algunos niños del vídeo de sus reacciones instintivas y primarias? ¿habrá adultos que les enseñen con paciencia a reconocer sus sentimientos y expresarlos con mejores resultados para ellos mismos?

Otra pregunta interesante sería: ¿cuál es el comportamiento habitual de los padres de cada uno de esos niños? o mejor aún: ¿Cómo reaccionarían los adultos si sus hijos se comiesen y bebiesen algo para ellos muy apetecible y deseado? ¡Habría que verlo! Aunque tengo la intuición, porque así lo revelan las investigaciones sobre la frustración, que las reacciones de estos mayores se parecerían muchísimo a la de sus hijos. Muchos comportamientos que consideramos obra de la genética lo son más de una educación sana por parte de personas que han sido a su vez educados para ser aceptados, comprendidos y guiados en el difícil arte de vivir con plenitud. Curiosamente, los padres mejor entendidos por sus hijos en la grabación les hacen preguntas a estos sobre sus sentimientos, indagan con cautela y franqueza sobre si podrán perdonarlos. Esta parte me parece especialmente útil ¡y reveladora!

Tal vez haya sacado una conclusión equivocada y mis deducciones tengan poco que ver con la realidad. Ni soy pedagoga ni psicóloga. No obstante, sigo con gran interés todas las investigaciones científicas sobre el comportamiento humano y desde el famoso experimento de Walter Mischel (Se le pidió a una serie de niños que aguantaran diez minutos sin comerse una nube y en premio recibirían otra más) está claro que toda persona que sabe esperar para obtener una recompensa mejor, adquiere un mayor equipaje contra la frustración, obtiene mejores resultados personales y profesionales a la larga y no está permanentemente colgado del chute del corto plazo. Esto es lo que Walter Mischel averiguó siguiendo el día a día de estos niños durante su infancia, adolescencia y buena parte de su vida adulta. Ulises, el héroe, sabía lo arduo que resulta escapar a una tentación, así que pidió ser atado a un poste para resistir el encantamiento de las sirenas y proseguir su viaje. Aprendamos de los mitos y de su enorme sabiduría. Como los niños de Mischel que se distrajeron para ignorar la nube de a discordia y obtuvieron su recompensa duplicada.