Nosotros, los procrastinadores (sé que el palabro suena bastante parecido a nosotros, los drogatas, o nosotros, los borrachuzos,) tenemos en común una dificultad: no distinguimos entre razones y propósitos.
Básicamente ignoramos, en sentido estricto, lo que expresan ambos términos: «razones» y «propósitos».
Pues bien, mientras las razones atienden a los por qué, los propósitos se ocupan de los para qué. Y mientras los primeros iluminan los motivos ocultos de cada quién para actuar, los segundos proporcionan algo más valioso: combustible, esto es: compromiso y energía, un tándem indispensable para lograr un objetivo.
Si toda la vida has querido escribir un libro y no lo has hecho, averiguar por qué no lo haces, no te ayudará a lograrlo. Descubrirás, eso sí, emociones intensas ocultas en tus razones personales, eso es todo. En cambio, si las pesquisas van dirigidas a la finalidad, al para qué quieres hacerlo, para qué es importante ser escritor, para qué necesitas tener ese libro entre tus logros, entonces la situación cambia porque te das de bruces con un anhelo, un asunto tan importante que, si se posterga, dañara lo más preciado que posees.
Encontrar el propósito, como sostenía Viktor Frankl, creador de la logoterapia, consiste en encontrar la piedra angular sobre la que se apoya el edificio de tu vida. Así que si quieres escribir un libro pregúntate cuál es tu propósito al respecto, qué cambiará hacerlo o no hacerlo, qué diferencia se aprecia en tu vida de seguir como estás (sin libro escrito) o de conseguir la meta (libro escrito). Después, una vez hayas hecho tus averiguaciones sobre el propósito, añade las razones que gustes. Estas adornarán y enriquecerán el propósito pero nada más. Y quien dice libro dice cualquier asunto que estés aplazando por escudarte en razones sin investigar propósitos.