Desde que leí Teoría de la inteligencia creadora, recién salida del horno, en el año 93, quedé prendada del filósofo español José Antonio Marina. He leído muchos de sus libros y todos me han aportado algo. A su mezcla de amenidad, rigor y curiosidad intelectual añado su facilidad para trasladar al lector conceptos algo abstrusos de la filosofía y la ciencia que, al pasar por su tamiz divulgador, resultan accesibles para cualquier persona. En su último ensayo: Escuela de Parejas el autor reflexiona sobre el desarrollo del talento enfocado a la vida familiar, para lo cual resulta imprescindible hablar de inteligencia (dirigir nuestro comportamiento para elegir bien las metas, hacer proyectos, movilizando y entrenando nuestras energías).
Para alcanzar la felicidad, según el filósofo, es necesario saber qué entendemos por este concepto que él resume en: «la armoniosa satisfacción de tres grandes necesidades que tenemos los seres humanos: pasarlo bien (deseo hedónico), mantener unas relaciones afectivas satisfactorias (deseo de vinculación), ampliar nuestras necesidades vitales (deseo de progreso)». La idea importante está en el adjetivo «armoniosa» porque los tres deseos tienen zonas de incompatibilidad. Así la conclusión más rápida es que tenerlo todo no proporciona la felicidad (porque es imposible) sino «tener la adecuada mezcla de todo».
Florecer (término que utiliza el padre de la psicología positiva, Martin Seligman en el título de su último trabajo publicado: «la vida que florece»), es el resultado de una vida plena. Toda vida que florece está impregnada de alegría. Es esta cualidad humana y no el placer —señala el filósofo Henri Bergson— quien indica la dirección en que la vida está lanzada. La alegría es una ampliación, nos señala Marina.
El autor no deja al lector a la deriva cuando se hace la pregunta del millón: ¿Pero cómo lo hago? ¿Cómo puedo manejar mis sentimientos y sentirme de otra forma? ¿Cómo consigo que mis dos niveles de inteligencia: la generadora y la ejecutiva funcionen de forma armoniosa? O dicho de otro modo: ¿cómo consigo que mi macilento elefante, acostumbrado al hedonismo y a la búsqueda de satisfacciones, se deje guiar por el jinete estratega que vela por lo que es mejor para mí?
Si quieren saberlo: lean este libro que, dicho sea de paso, está destinado a los que quieren mantener una convivencia amorosa. Los lectores que estén siempre pensando «en lo que me estoy perdiendo» y pocas veces se ocupan de «lo que ya tienen», no son sus destinatarios naturales pero tal vez una pequeña y rentable inversión de tiempo les conduzca a la epifanía de: mi vida amorosa familiar vale la pena, sólo necesita florecer.