Publicado en Microhistorias

Yo elijo ¿y tú?


 

Cada mañana me levanto y pienso: hoy puede ser cara o puede ser cruz y depende sólo de mí. Antes pensaba que no era así, que no podía ser tan simplista ni falsamente optimista pues el transcurso de la jornada dependía de muchos factores ajenos a mi control como: mi humor, mis circunstancias, mi salud, mis genes o incluso las noticias que fuera recibiendo a lo largo del día. Ahora conozco mejor el funcionamiento del cerebro y sé que puedo centrar la atención donde yo quiera. Y si decido que quiero que sea cara y que los problemas sean oportunidades, un achaque de salud, la prueba de que estoy viva, las circunstancias, eso, sólo circunstancias que cambian y que no me definen y mis genes un pack modificable en un porcentaje si no considerable, bastante esperanzador, ya he hecho mi elección. Es más yo diría que he hecho una buena elección.

Cuando descubra que no sé donde he aparcado el coche en vez de machacarme con insultos aprovecharé para recordarme: «un poco más de atención te vendría de perlas». Si mi reunión con esa directora negativa está a punto de sacar el gen airado que brama como un toro rojo al trapo, dedicaré diez segundos a elegir qué siento. Sin duda puedo elegir y dejarlo en «sería bien triste que esta persona me arruinará el resto del día».  No podemos dejar el presente en manos de los otros. Es nuestro y tenemos la obligación de exprimirlo porque es lo único que tenemos.  Eso, claro está,  no significa que de tanto en tanto aceptemos una sacudida de mal humor, la tristeza o ciertas emociones cargadas de desesperanza. Somos humanos, pero podemos practicar las emociones positivas y la atención plena y llegar a ser expertos en cambiarnos. 

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