Nos conocimos en un bar. Tú acababas de llegar a España y te ganabas la vida vendiendo baratijas y películas clandestinas de establecimiento en establecimiento. Eras un chico muy simpático y comunicativo. Me contaste tu intención de comprar, en cuanto fuera posible, un diccionario francés español para entenderte con todos nosotros. Yo por entonces era librera. Te invité a que me visitaras y lo hiciste al día siguiente. Te regalé un diccionario y te deseé suerte. Nunca volví a saber de ti hasta ayer. Una compañera de la librería me dijo que fuiste el otro día a preguntar por mí y como no estaba le contaste la historia del diccionario y le dijiste que querías que yo supiera lo útil que te había resultado y que estabas agradecido. Ahora déjame decirte una cosa: soy yo la que está agradecida, y de todo corazón, por permitirme hacerte un regalo. Ya ves, este regalo ha vuelto a mí de mano de tu agradecimiento. En este mundo cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da. Es una suerte que a personas como a ti y como a mí nos emocionen las pequeñas victorias.