Publicado en Microhistorias, Pensando en voz alta

Las 5 campanas o la magia de los nombres


Hace mucho tiempo, había una posada llamada «La estrella de plata».El posadero, a pesar de que hacía cuanto podía por atraerse a la clientela esforzándose en hacer la posada confortable, atender cordialmente a los clientes y cobrar unos precios razonables, se las veía y se las deseaba para que le alcanzara el dinero. Desesperado, acudió a consultar a un Sabio. El Sabio, tras escuchar sus lamentos, le dijo. «Es muy sencillo. Lo único que tienes que hacer es cambiar el nombre de la posada.» «Imposible!», dijo el posadero. «¡Se ha llamado «La estrella de plata» durante generaciones, y así se la conoce en todo el país!» «No», replicó «Las cinco campanas» y colgar seis campanas sobre la entrada.» «¿Seis campanas? ¡Eso es absurdo! ¿Para qué va a servir?» «Inténtalo, y lo verás», le respondió el Sabio sonriendo. De modo que el posadero hizo lo que se le había dicho. Y sucedió lo siguiente: todo viajero que pasaba por delante de la posada entraba en ella para advertir al posadero acerca del error, creyendo que nadie hasta entonces había reparado en ello. Una vez dentro, quedaba tan impresionado por la cordialidad del servicio que se alojaba en la posada, con lo que el posadero llegó a amasar la fortuna que durante tanto tiempo había buscado en vano.

Hay pocas cosas que satisfagan más nuestro ego que corregir los errores de los demás.

Anthony de Mello

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La opción «cómo»


 microcambios

Estando el Maestro haciendo oración, se acercaron a él los discípulos y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». Y él les enseñó del siguiente modo:

Iban dos hombres paseando por el campo cuando, de pronto, vieron ante ellos a un toro enfurecido. Al instante, se lanzaron hacia la valla más cercana, con el toro pisándoles los talones. Pero no tardaron en darse cuenta de que no iban a conseguir ponerse a salvo, de modo que uno de ellos le gritó al otro: «¡Estamos perdidos! ¡De ésta no salimos! ¡Rápido, di una oración!»

Y el otro le replicó: «¡No he rezado en mi vida y no sé ninguna oración apropiada!».

«¡No importa: el toro nos va a pillar! ¡Cualquier oración servirá!»

«¡Está bien, rezaré la única que recuerdo y que solía rezar mi padre antes de las comidas: Haz, Señor, que sepamos agradecerte lo que vamos a recibir!»

Nada hay que supere la santidad de quienes han aprendido la perfecta aceptación de todo cuanto existe.

En el juego de naipes que llamamos «vida» cada cual juega lo mejor que sabe las cartas que le han tocado.

Quienes insisten en querer jugar no las cartas que les han tocado, sino las que creen que debería haberles tocado, son los que pierden el juego.

No se nos pregunta si queremos jugar. No es ésa la opción. Tenemos que jugar. La opción es: cómo.

Anthony de Mello