Cada día trato de leer las actualizaciones de los blog que me interesan. Se ha vuelto una costumbre y de alguna manera me parece que voy conociendo mejor a sus responsables. La mayoría escriben desde el otro lado del mundo, en otra lengua que no es la mía y que entiendo con cierta dificultad. Se repiten, o no, los temas, aparecen reflexiones interesantes, me tropiezo con intereses comunes (la tribu de la que habla Seth Godin), descubro nuevas voces y a veces, pero no siempre, escribo no tanto para dejar constancia que he estado allí, sino para animar a la persona que está detrás de esa carcasa invisible a que siga dando lo mejor de sí misma. Lo cierto es que un blog puede tener una gran media de lectores (éste es mi caso) y muy pocos comentaristas. Si no existieran las estadísticas tal vez pensara que escribía únicamente para mí misma y que valdría la pena pasarme al diario. Lo cierto es que puedo entender el miedo que albergamos todos a visibilizarnos, a dejar huellas y que otros/as puedan seguir nuestros pasos. Y resulta cuando menos paradójico que en la era de las redes sociales, de la intromisión y el jaleo cibernético, haya tantas personas cuyo comportamiento se asemeja al solitario cuya única obsesión es pasar desapercibido en cualquier parte.